jueves, 6 de abril de 2017

Agosto se enfría


 Nada puedes hacer que rescate
el vestido blanco de las despedidas,
el relente de un agosto por tus piernas,
la tobillera estrecha que me regalaste,
clavándose en el hueso como una
penitencia suave de fin de semana.
Desesperada en el gravitar por bares
a la búsqueda de la mirada redentora
que me hiciera tontear con la idea
de un encuentro, de la fugacidad
del iris que recordaría durante horas, días.
Sirena de falda promiscua que
quemaba sus pasos por la avenida
de las Adelfas, ninfa en busca de una pasión
volátil, cuando te daba definitivamente
por perdido entre las tres y las cuarto.
Hasta que se enfriaba del todo agosto
y huías hacia un nuevo horizonte académico,
una carrerita que mantuviera contento
a tus padres, aunque a ti te diera
lo mismo estudiar Farmacia que Psicología.
Huías de mí para amarrarte a la universitaria
pija que te asegurara el roce distraído,
la caricia prolongada tras la última copa.
La esperanza de que el próximo verano
ya me habrían crecido las caderas
y entonces no te quedara
más remedio que amarme.
Sonámbula por discotecas donde estuviste,
mercenaria de una edad equivocada,
para luego encontrarte a ti, amor, a ti,
que te dejabas la lengua en los
rincones sin luces, en los senos de la otra.
La lágrima esperando el consuelo
de la almohada, confidente de historias estúpidas,
y la esperanza de que el próximo fin
de semana caerías a la quinta copa,
tras cientos de miradas perdidas.

Rocío Rubio

Del poemario Otro intento de olvidar el verano del noventa y siete