Nunca una guitarra. Nunca una
cuerda
que eclipse mi llanto desafinado,
el aria de mis sollozos no
entendidos,
la voz de mi desaliento a capela.
Nunca un violín que adorne
un desamor ridículo, huérfano
voluntario
de orquestas barrocas.
Odiar es más sencillo si no hay música.
Claro que es fácil repudiarte cuando
se han quemado todas las sinfonías,
los sonidos que inspiraron mi obra
mutilada.
Perdida en la sordera de tus
sílabas,
reinvento nuevos compases en los
que
cultivar mi esquizofrenia auditiva.
Me he exiliado de todas las escalas.
Ya nunca volveré a componer.
Rocío Rubio
Finalista del I Certamen de Poesía de Amor "Ishbiliya"