Disculpa
si me acuerdo de ti.
Disculpa
si rastreo tu nombre
en
nichos de páginas lejanas,
en
direcciones que me devuelven
tu
imagen terriblemente alegre.
No
quise buscarte pero lo hice.
El
teclado en el que hundo las manos
tiene
las letras gastadas,
ciegas
de tanto como te invocan.
Un
maremágnum alfabético donde
naufraga
–eléctrica- mi locura.
Saber
que puedo reventar a besos
la
pantalla, y que ni siquiera te
enterarás
del chasquido de mi lengua,
de
la lágrima que amenaza con
provocar
el cortocircuito, el fundido
que
te alejará de mi vista para siempre.
Te
escribo -sin tabuladores- que te amo,
pero
la frase se extravía
en
no sé qué cuerpo de texto.
En
códigos binarios que no llegaré
a
descifrar, por más que invente
un
amor de arrobas y mayúsculas.
Sólo
quería asomarme a tu vida.
Decirte
tres evocaciones desordenadas.
Decirte
que aún retengo aquella feria,
la ginebra dormida
en
el dobladillo de los labios,
la
cintura ebria que arrasó la madrugada.
Decirte
que enmarqué los lunares
de
mi traje por donde pasearon
una
y otra vez tus manos.
Pero
no encuentro símbolos
en
este infierno cibernético
que
te lo haga saber, que te despierte
los
recuerdos exiliados,
ahora
que un océano nos separa.
Por
eso abandono la frase
sin
sujeto, y la reflexión
del
beso elíptico, y la feriante noche
en
la que desnudé camisas.
Disculpa,
por última vez,
si
no me atrevo interrumpir tu vigilia.
Rocío Rubio