sábado, 11 de abril de 2015

Aquella feria

Disculpa si me acuerdo de ti.
Disculpa si rastreo tu nombre
en nichos de páginas lejanas,
en direcciones que me devuelven
tu imagen terriblemente alegre.
No quise buscarte pero lo hice.
El teclado en el que hundo las manos
tiene las letras gastadas,
ciegas de tanto como te invocan.
Un maremágnum alfabético donde
naufraga –eléctrica- mi locura.
Saber que puedo reventar a besos
la pantalla, y que ni siquiera te
enterarás del chasquido de mi lengua,
de la lágrima que amenaza con
provocar el cortocircuito, el fundido
que te alejará de mi vista para siempre.
Te escribo -sin tabuladores- que te amo,
pero la frase se extravía
en no sé qué cuerpo de texto.
En códigos binarios que no llegaré
a descifrar, por más que invente
un amor de arrobas y mayúsculas.
Sólo quería asomarme a tu vida.
Decirte tres evocaciones desordenadas.
Decirte que aún retengo aquella feria,
la ginebra dormida
en el dobladillo de los labios,
la cintura ebria que arrasó la madrugada.
Decirte que enmarqué los lunares
de mi traje por donde pasearon
una y otra vez tus manos.
Pero no encuentro símbolos
en este infierno cibernético
que te lo haga saber, que te despierte
los recuerdos exiliados,
ahora que un océano nos separa.
Por eso abandono la frase
sin sujeto, y la reflexión
del beso elíptico, y la feriante noche
en la que desnudé camisas.
Disculpa, por última vez,

si no me atrevo interrumpir tu vigilia. 

Rocío Rubio

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