Hija y nieta del
desierto,
las leyendas se
trenzan en tus dedos,
negros designios
de quienes
lloraron alguna
vez de sed.
Tu alma no
entiende de banderas,
de bandos
militares ni de revanchas.
Tu alma infantil
se hizo mayor
entre saqueos y
huidas,
antes del tiempo
de las rosas.
Sin muñecas a
las que mecer
entre tus finos
brazos,
en campos de
refugiados
donde desafinan
las canciones de cuna.
Y sin embargo
rescatas la sonrisa
del pozo de tu
sino,
y le cuentas al
viento del Sáhara
que algún día
llegarás a ser maestra.
Nadie masacrará
tu alegría
mientras la
ilusión se desborde
por tus ojos, limpios
de afrentas.
Rocío Rubio
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